miércoles, 30 de mayo de 2012

FRANCISCO RODRIGUEZ ORTIZ, asesinado con 37 años en Extremadura.


Francisco Rodríguez Ortiz

Francisco Rodríguez Ortiz era natural y vecino de Granja de Torrehermosa (Badajoz) donde es detenido el 6 de septiembre de 1939 y permanece en prisión hasta su ejecución un año y casi cinco meses después, el 24 de enero de 1941.
El 11 de septiembre presta declaración, por primera vez, en Azuaga. Es encausado por “rebelión militar” (Causa 865) en Consejo de Guerra Permanente (sumarísimo de urgencia) celebrado en Mérida el 14 de octubre de 1940, cuyo juez instructor fue Miguel Domenech Guerrero
Era bracero y no sabía leer ni escribir. Estaba casado con Josefa Santiago, con quien tuvo cuatro hijos: Carmen, Celestino, Pepita y Francisco.
Al parecer, Francisco había huido del pueblo y, según su propia declaración, sirvió en zona roja en la Compañía de Carretera nº 63. Al terminar la guerra y, como tantos inocentes e ingenuos, sin nada que temer, vuelve a su pueblo. La excusa para su detención es una denuncia de asesinato a Máximo Spínola formulada por Pedro Spínola Cárdena.
Él declara que “no ha intervenido en nada, nada más que en saqueo de la escopeta y no habiendo intervenido en ninguna cosa. Que lo único que hizo es hacer guardia en la Cruz Roja, de día, pues la noche la pasaba en casa porque su mujer estaba dada a luz”.
Poco se sabe de su vida, aunque hay dos hechos documentados que rebelan, seguramente, la personalidad de un hombre bueno y querido por sus amigos y su familia. Y debía ser inteligente porque promueve su defensa y lucha por su vida con los pocos medios a su alcance: el testimonio de sus amigos y una carta dictada por él donde pide clemencia a sus despiadados verdugos. Ya él en su declaración de inocencia añade que “pueden garantizar su conducta en esta localidad don Rafael Gahete de la Torre (médico con quien había prestado servicios en el hospital de la Cruz Roja) y Antonio Santiago (El Esquilao)”.

Y son esos dos amigos más Juan Sánchez Núñez, los que avalan en su pueblo a Francisco Rodriguez y aportan una declaración escrita y fechada el 14 de agosto de 1940 en la que hacen constar “que conocemos a nuestro convecino Francisco Rodriguez Ortíz, mayor de edad, casado y le acreditamos de buena conducta no conociéndole intervención delictiva durante el dominio de los rojos en este pueblo”. El alcalde Manuel Ramirez Seco “garantiza” al final de la declaración a las personas que han firmado el escrito como de derechas y afectas al glorioso movimiento nacional. En un mundo de miedo y delaciones, es de valorar este testimonio de sus amigos para intentar salvarlo, porque todos sabían ya a esas alturas que era arriesgado defender a un rojo.
Por otra parte, tres días después de celebrarse el Consejo de Guerra, el 17 de octubre de 1940, Francisco Rodríguez dirige una estremecedora solicitud de clemencia al Auditor de Guerra de Mérida. Ya debe ser consciente de su cercano final aunque todavía no se haya dictado sentencia porque el fiscal había pedido para él la pena de muerte por rebelión militar y el abogado defensor, con la  afirmación de que “los hechos no están suficientemente probados”, había pedido la pena de doce años y un día de prisión. La carta, firmada con la huella de su dedo, dice:

“Ilmo. Sr.:
Francisco Rodríguez Ortíz, viudo, natural y vecino de Granja de Torrehermosa ante V.S.I. con la mayor consideración y respeto
Expone que habiendo sido juzgado en consejo sumarísimo el catorce del mes en curso y habiendo pedido el Sr. Fiscal para el dicente la última pena, teniendo en cuenta las acusaciones a todas luces falsas que de mi expediente se desprenden puesto que el denunciante D. Pedro Espínola Cardona también natural y vecino de Granja se encontraba ausente de dicho pueblo en los días que concurrieron los hechos que a mí, de una forma tan caprichosa, este señor me atribuye puesto que, Ilmo. Señor, yo ni siquiera tuve conocimiento hasta el día que comparecí ante el Señor Juez de hechos semejantes.
Pruebas puedo exponer a V.S.I. la de los Señores Médicos D. Rafael Gaete y D. Juan Merino, señores con quien estuve prestando mis servicios en el Hospital todo el tiempo hasta la evacuación del tan repetido pueblo.
Con todas las razones expuestas y para poder esclarecer con nueva información los hechos que de una forma personal se me imputan, es por lo que espero de V.S.I. conceda nueva revisión de mi expediente haciendo con esto uno de los mayores actos de justicia puesto que sólo pido resplandezca la verdad en este mi caso, salvándome a la vez de la degradante muerte a que hoy por petición, como antes digo, por el Sr. Fiscal estoy propuesto.
Suplicándole una vez más ser atendido en nombre de mis cuatro hijos, los cuales de una forma tan injusta quedarían sin amparo.
Viva, V.S.I. muchos años en bien de España y de su justicia.
Mérida, 18 de octubre 1940.”

Para los militares franquistas no sirvieron de nada  ni los avales ni la solicitud de clemencia, ni la certeza de dejar huérfanos de padre y madre a los cuatro hijos de Francisco, cuya madre, Josefa, había muerto unos meses antes de su ejecución. Se dictó sentencia el 21 de enero de 1941 y tres días después, el 24 de enero, a las 7 horas, es ejecutado
Seguramente el hijo más pequeño de Francisco y el que llevaba su nombre, sufrió siendo tan pequeñito todas las consecuencias de la orfandad absoluta, el hambre y el desamparo, que no pudo sobrevivir y murió con muy pocos años.
Los otros tres hijos lograron salir adelante y hoy, sus nietos Manolo y Miguel Ángel, hijos de Carmen, la mayor de los hijos de Francisco, honran la memoria de su abuelo y defienden los valores por los que, tan cruelmente, perdió la vida.
Sevilla 19 de mayo de 2012.
Concha Morón Hernández.

miércoles, 23 de mayo de 2012

LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA: INCUMPLE LA LEY DE MEMORIA

Placa de homenaje a Franco en la Universidad de Sevilla
Ayer mientras iba a un curso de Extensión Universitaria, me topé con una lápida en reconocimiento de FRANCO como DUCE en el patio segundo de la Universidad de Sevilla, entrando por el Rectorado. Algunos historiadores y gente de la memoria ha pedido públicamente su retirada.  Cómo es posible que una Universidad pública mantenga esa lápida en homenaje a Franco, incumpliendo el artículo 15 de la Ley de Memoria (Ley 52/2007, de 26 de diciembre). ¿Nadie ha observado, ni pedido que retiren esa placa que no tiene ningún valor para estar en un lugar tan privilegiado de la Universidad? Recuerdo que desde ese patio y desde esa Universidad, muchos salíamos en manifestación en contra del Franquismo, con las consiguientes escenas de los grises a caballo, de los garbanzos, de las pelotas de goma, del agua a chorro,  pegando a los estudiantes que salíamos en defensa de la Universidad Pública, de la Democracia y de la Libertad

Esta placa ya estaba allí, es de 1965, pero en aquellos años no reparábamos en estas cosas, teníamos mucho tajo. Pero hoy, después de 37 años de la muerte del dictador, de más de 30 años de Democracia, ¿todavía ningún Rector se ha dignado en solicitar o pedir su retirada? ¿Tanta falta de sensibilidad democrática hay y ha habido en los rectores de la Universidad? Valor arquitectónico no tiene ninguno, bueno está en latín, que así, nadie sabe lo que dice. Pero es suficiente, habla de Franco como el Duce.
Desde aquí pido al Rector de la Universidad de Sevilla dé las órdenes oportunas para que se cumpla la ley de Memoria y limpiemos la Universidad y Andalucía de símbolos franquistas.

Artículo 15. Símbolos y monumentos públicos.
1. Las Administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura. Entre estas medidas podrá incluirse la retirada de subvenciones o ayudas públicas.
2. Lo previsto en el apartado anterior no será de aplicación cuando las menciones sean de estricto recuerdo privado, sin exaltación de los enfrentados, o cuando concurran razones artísticas, arquitectónicas o artístico-religiosas protegidas por la Ley.
3. El Gobierno colaborará con las Comunidades Autónomas y las Entidades Locales en la elaboración de un catálogo de vestigios relativos a la Guerra Civil y la Dictadura a los efectos previstos en el apartado anterior.
4. Las Administraciones públicas podrán retirar subvenciones o ayudas a los propietarios privados que no actúen del modo previsto en el apartado 1 de este artículo.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Manuel García Espínola, asesinado y desaparecido

PARTE DE  LA CORPORACIÓN DE ALANÍS FUE FUSILADA Y ENTERRADA EN LA FOSA COMÚN DE CAZALLA DE LA SIERRA.

 Con el trabajo de toda su familia, Manuel García Espínola está a punto de volver a la luz definitiva del recuerdo. En la fosa común de Cazalla de la Sierra, fueron "tirados" y "sepultados" más de trescientas personas. Con la ayuda de los familiares, del Ayuntamiento, del Ministerio de la Presidencia (última subvención del gobierno anterior) y la Asociación, estamos exhumandos los restos de todas estas personas, para darles una sepultura como se merecen.


Manuel García Espínola
En la primera fase de la exhumación salieron unos 50 cuerpos, en una fosa de 21m.de larga, 5 m de ancha y seguramente 3 m de profundidad, aquí "enterraron" a gran parte de los fusilados en la Sierra Norte de Sevilla.


La familia de García Espínola, ha estado luchando por dignificar la exhumación, extraer e identificar los restos de sus familiares, desde hace más de nueve años, desde la primera vez que en 2004, se planteó a la alcaldesa de entonces, del PA, la posibilidad de exhumar la fosa. Después del tiempo transcurrido, ahora, en 2012 estamos exhumando una de las fosas más importantes de la provincia de Sevilla, no solo por el número de víctimas, sino por lo que significa, esta fosa, para toda la comarca. 


Es una realidad y una necesidad, que ahora que las Políticas de Memoria (?) las va a ejercer IU a través de un gobierno de coalición; dar un empujón definitivo a la Memoria: con apoyo del movimiento memorialista y con la acción definitiva del Ejecutivo. Aunque ahora, dicen que hay poco dinero para esto, para otras cosas si; que lo que preocupa a algunos, es comer todo los días; pero nosotros llevamos muchos años esperando, más de SETENTA, y nunca les llega la oportunidad a aquella gente que murió por defender sus ideas y a un régimen DEMOCRÁTICO: la dictadura y a callar; la transición y a callar, porque podíamos alterar el frágil equilibrio de la democracia; que todavía es joven la democracia; que en la transición se firmó, sin rubricar, un pacto de silencio, contra los nuestros; que había que ceder para vivir en Democracia, !cara democracia¡; que a dónde van ahora los nietos con estas cosas; que si abrimos las heridas; que si hay que mirar para adelante; que ahora estamos en crisis y no tenemos dinero para estas cosas; que si el Gobierno socialista no lo tuvo claro y dejó pasar una oportunidad de oro; que si esto es incómodo para algunas élites; que si los historiadores se interesaron cunado vieron la posibilidad de venta; que si esto, que si  aquello; lo cierto, es que todavía en Andalucía hay mas de 600 fosas comunes sin abrir, sin dignificar y sin conocer los nombres de tantas personas como murieron y fueron asesinadas. Y lo políticos se quedan igual, ni se inmutan, dejan pasar el tiempo...como si nada.
Su familia: Manolo García y su primo


Por esto, todos: las familias, los nietos, biznietos y más, nos pusimos y dijimos:  Ya está bien, hombre....basta...Y surgen, como en momentos de grandes crisis, la Sociedad Civil. Manuel y su familia, están ahí desde el principio, con decepciones, pero en la lucha. Creo que al final lo tenemos que lograr, y MANUEL GARCÍA ESPÍNOLA, volverá a formar parte integra de su vida, de su pueblo, de su gente y cómo no, de su familia, que nunca lo olvidó y siguen....estamos con vosotros....

Poema a su padre, Alfonso Morón de la Corte, asesinado.

A una flor arrancada de la tumba de mi padre.

Encendida en verdores refulgentes
Concretos de distancia comprimida,
Una rosa glosaba de su herida
La sangre asesinada tristemente.

Escrutando mis ojos lentamente
La maraña en colores encendida,
Descubrí su sonrisa deprimida,
Robando el simbolismo a lo yacente.

Aspiré su perfume suavemente,
Penetrando en mí ser las tentaciones,
Tornadas en corajes impacientes;

Y detrás del silencio, paredones
Que las noches de crimen contemplaban,
Prestáronme su nieve y sus visiones.

Alfonso Morón Bellerín.  20 de enero de1953.

jueves, 26 de abril de 2012

Alfonso Morón de la Corte

ALFONSO MORÓN DE LA CORTE, Mi abuelo.
Concha Morón Hernández
Tras la ocupación de Huelva por los golpistas el 29 de julio de 1936 y por orden del gobernador militar de Huelva Gregorio Haro Lumbreras, se efectúa la primera redada de masones en esa ciudad el 29 de septiembre de 1936 con el resultado de 16 detenciones y saqueos de los domicilios. Uno de ellos, el que es considerado “el gran maestre de la masonería onubense” Alfonso Morón de la Corte, mi abuelo, es asesinado al día siguiente en las tapias del cementerio de Huelva tras haber sido torturado para intentar obtener más nombres de los que para ellos representaban el mayor peligro en su camino de muerte y destrucción de las libertades y el pensamiento crítico.

Nacido 56 años antes en Huelva capital, Alfonso Morón fue desde su juventud una persona comprometida, culta, y plena de inquietudes. No conozco nada de su infancia y de su juventud han quedado documentos que me acercan a una persona activa, inquieta, comprometida con las causas sociales y con el progreso. Mis padres me transmitieron que era una persona muy querida en Huelva. Casado con mi abuela Rocío Bellerín González, tuvo cinco hijos de los cuales Alfonso, el mayor, era mi padre. Detrás de él nacieron Concha, Manuel, Matilde y Adolfo.

Periodista y escritor, fue funcionario del ayuntamiento onubense, donde trabajó como Oficial Mayor de Intervención durante casi 25 años. Escribió la “Guía Oficial de Huelva de 1917” que aun hoy se conserva como libro de consulta en la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de Sevilla.

Cesado en su puesto del Ayuntamiento el 18 de agosto del 36, cuando empezaron a efectuarse las purgas en las instituciones. Republicano de convicción, tuvo una gran participación política primero en el Partido Republicano Radical y, tras su escisión en 1934, en la Unión Republicana fundada por su gran amigo Diego Martínez Barrio, quien sería el presidente de la República en el exilio. Su notorio activismo le lleva a ser presidente provincial de la Liga de los Derechos del Hombre y cabeza visible de la Unión Republicana en la provincia de Huelva de cara a las elecciones de febrero de 1936, las que ganaría el Frente Popular. Del corto periodo de vigencia del gobierno del Frente Popular, se conservan varias cartas entre él y Martínez Barrio. Fue Cónsul honorario de Méjico en España.
“Uno de los lazos que estrechaba aquella amistad sin duda fue el vínculo que ambos compartían por ser miembros destacados de la masonería andaluza, filiación que sin duda fue una de las razones principales del asesinato de Alfonso Morón de la Corte, aparte de su significación política y su militancia como librepensador de tendencia progresista. Su ingreso en la masonería onubense se materializó en 1917, a sus 37 años, al entrar a formar parte de la logia Isis y Osiris 377. Posteriormente pasó por la logia Soto Vázquez y funda la logia Minerva, de la que en numerosas ocasiones es Venerable Maestro y cuya representación antes las Asambleas de la Regional del Mediodía ostentan entre 1924 y 1931.
Grupo de masones onubenses
Es la época del apogeo masónico vivido durante la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, y, de hecho es detenido entonces (1925) en Ayamonte, junto a su “buen amigo” Martínez Barrio y otros destacados masones de la provincia., mi abuelo perteneció al Grande Oriente Español y fue nombrado en Huelva delegado del Gran Maestre, con el grado 30, aquel 1925. Su nombre simbólico fue el de Saint-Just, en homenaje al revolucionario jacobino francés, lo que significativamente ilustra sus ideas en defensa del progreso y de los socialmente más desfavorecidos.

Para la España reaccionaria que apoyó el golpe del ejército sublevado, y para los propios militares en rebelión, la masonería constituyó una especie de chivo expiatorio al que se culpó de todos los males de la nación. Masón sería, desde el principio de la sublevación, todo aquel que no era considerado afecto al llamado Glorioso Movimiento Nacional. No se tuvo en cuenta que la masonería, en realidad minoritaria, no fue un poder fáctico como creyeron sus verdugos, y ni siquiera un granero de políticos de izquierda, ya que, como dice Francisco Espinosa, “ni todos los que profesaba ciertas ideas de carácter progresista eran masones ni todos los masones profesaban las mismas ideas”. Hubo incluso masones que políticamente fueron republicanos de derechas (del Partido Republicano Radical), contrarios al Frente Popular. En cualquier caso, para la ultraderecha y para la iglesia católica, la masonería representaba un lobby de influencias con capacidad de exponer y desarrollar libremente sus ideas, un privilegio que sólo ellos –así pensaba la España tradicional– podían disfrutar y que no estaba dispuesto a seguir permitiendo a los republicanos. El 29 de septiembre del 36, Alfonso Morón es detenido y su casa saqueada. Sus libros y documentos son destruidos y al día siguiente es asesinado y enterrado en la fosa común del cementerio municipal onubense. Según las listas que ofrecen Francisco Espinosa en La guerra civil en Huelva, este alto funcionario municipal, periodista y escritor es la única persona que figura como fallecido el 30 de septiembre de 1936 en el Registro Civil. Lo que nunca se sabrá es si la profesión de “jornalero” que allí figura se debió a la dejadez o a la insidia de sus verdugos”
26 de abril de 2012.

Manuel Baras Artés, fusilado por los franquistas en las Puertas de Tierra de Cádiz en enero del 37


En el momento del golpe militar, él era el Jefe de la Guardia Municipal de Cádiz y creo que llevaba en ese cargo muy poco tiempo y que antes no había desempeñado ningún cargo público. Pero, según parece, los planes de los golpistas incluían una eliminación sistemática de una serie de cargos, entre ellos, los jefes de guardias municipales. Y, en todo caso, mi abuelo sí se significó en su vida privada por una actitud progresista y republicana. Era masón, de la logia de Hirám, según he podido saber ahora por los documentos que me envían los historiadores (a quienes, dicho sea de paso, les agradezco enormemente su trabajo) y miembro del Partido Radical, aunque, según he oído, prácticamente todos los masones tenían la consigna de afiliarse a ese partido.

Era, como he dicho, de mentalidad progresista, y eso le debió de hacer chocar más de una vez con las fuerzas conservadoras de la ciudad. Un hecho que creo significativo es que, allá por las años 20, echó de su casa al cura que se presentó allí, sin que nadie le invitara, cuando murió su mujer, mi abuela. Nadie había llamado al cura, por lo que creo que mi abuelo tenía razón, más cuando decían que lo había hecho bastante educadamente, pero supongo que acciones como esa, que debió ser muestra de su actitud general de manifestación pública de su agnosticimo, debieron de pesar bastante en su destino cuando llegó el golpe. En el otro extremo, también he oído que, ya en los meses del Frente Popular, mi abuelo avisó a la parroquia cercana de que esa noche podían intentar quemar la iglesia, para que salvaran lo que pudieran.

Yo creo que las dos acciones unidas definen bastante la personalidad de mi abuelo. Por lo que me contaba mi padre, y por su propia forma de ser, que yo creo que estaba bastante influida por la educación que recibió, mi abuelo debía de ser un liberal progresista, que tenía como principios básicos que nadie era más que nadie, que cada cual debía poder pensar y vivir según sus principios y que todo el mundo tenía, juntos a sus derechos, sus obligaciones, derivadas fundamentalmente del respeto a los demás y que se debían cumplir escrupulosamente. “Era muy recto”, decía mi padre siempre. La honradez, la palabra dada, el respeto al pensamiento ajeno... parece que eran valores fundamentales en su vida. Debía considerar la educación un camino esencial para esa sociedad más libre que pretendía y a mi padre, cuando tenía 8 años, segunda mitad de los años veinte, lo apuntó en los exploradores y en clases de inglés. En el poco tiempo que fue jefe de la Guardia Municipal, parece que una de las normas más rigurosas que impuso fue que ningún guardia podía aceptar regalo alguno, por mínimo que fuera.

Mi abuelo nació en Gijón, pero creo que era un representante genuino de un tipo de familia del Cádiz de aquella época, pues su padre era marino mercante y toda la familia se trasladó a Cádiz porque era el puerto donde el barco en el que estaba, que hacía rutas transatlánticas, hacía escala. Imagino que ese ambiente familiar contribuyó a que mi abuelo tuviera una visión bastante abierta del mundo. Ya adulto, viajó dos veces a Cuba, y en la segunda ocasión, ya con su mujer (mi abuela) y sus tres hijos, se instaló allí una buena temporada, en Camajuaní, según he oído siempre, y parece ser que, como suele decirse, “hizo las américas”, aunque fuera modestamente, pues al cabo volvió a Cádiz y montó varios negocios, de los que sé que uno fue una bombonería y otro, una tienda de importación y exportación de bacalao que se llamaba “La casa Escocia”. No sé cómo se desarrollarían las cosas para que, en el momento del golpe militar, él fuera el jefe de los municipales, pero parece que su trayectoria profesional en Cádiz fue fundamentalmente como comerciante.

En el momento del golpe militar, según he oído siempre, mi abuelo acuarteló la guardia municipal en el ayuntamiento para defenderlo, pero no hubo ningún enfrentamiento armado porque enseguida tuvieron noticias de que el golpe había triunfado militarmente en Cádiz y era inútil cualquier resistencia de la guardia municipal. Después he sabido también que, durante el acuartelamiento, mi abuelo desarmó a los guardias que no creía fieles a la república.

Parece que enseguida fue detenido, aunque, por otra parte, también he oído siempre que sus hijos, de 18 a 21 años en esos momentos, le dijeron que se fuera a Gibraltar y que mi abuelo respondió que él no había hecho nada por lo que tuviera que huir a ningún sitio. Esta respuesta: “yo no he hecho nada por lo que tenga que temer nada”, he sabido después que la dieron otras muchas víctimas del golpe militar. Y lo que muestra, para mí, es que la violencia que desataron los golpistas, la masacre que hicieron, era inimaginable. Nadie, o muy pocos, sospecharon el salvajismo, los asesinatos, el aniquilamiento que estaba por venir. Por eso pillaron a mucha gente en sus casas o incluso entregándose a los rebeldes. También, lógicamente, debía influir la situación familiar de cada uno. Mi abuelo era en ese momento el único sostén de una familia de tres hijos, una abuela y una tía, porque mi abuela, su mujer, ya había fallecido años antes.

Tras su detención, empezó para mi abuelo un periplo por cárceles varias: cárcel de Cádiz, castillo de Santa Catalina, Penal del Puerto... Mi padre, el menor de los hijos y el único varón, le llevaba muchas veces el cesto de comida, ese que en muchas ocasiones fue el motivo de saber que el detenido en cuestión había sido fusilado, con la frase del carcelero de: “esa persona ya no necesita esta comida”. Con mi abuelo fue igual: alguien le dijo a mi padre en la calle, cuando iba con el cesto, que ya su padre “no lo necesitaba”.

Muchas cosas me han contado de ese periodo en el que estuvo detenido. Según mi tía mayor, Varela, uno de los generales golpistas, que era de San Fernando, le prometió que a mi abuelo no le pasaría nada mientras dependiera de él, por lo que mi familia pensaba que la orden del fusilamiento probablemente llegó de Sevilla.

Mi padre, un muchacho joven y atrevido en esa época, hablaba con quien podía. Según él contaba, a veces recibían en su casa llamadas anónimas que les aseguraba que su padre iba a ser fusilado esa noche. En una de esas ocasiones, mi padre se fue de madrugada a la plaza de toros, uno de los lugares de fusilamiento, y vio los de esa noche. Pero alguien le vio a él también. Sin descubrirlo públicamente, se le acercó y le preguntó que estaba haciendo allí. Y mi padre le contó lo que le habían dicho: que su padre iba a estar esa noche entre los fusilados. El otro le dijo que no y que, por su bien, no debía hacer nunca más lo que había hecho esa noche, porque le podía costar muy caro.

En otra ocasión, un nuevo rumor de que el fusilamiento era inmediato, le hizo ir a la casa del nuevo jefe de los municipales, que le recibió, pues, como ha pasado en tantos sitios, estuvieran tras el golpe en un bando o en otro, en Cádiz casi todos se conocían e, incluso, podían haber sido amigos. , Ante la insistencia de mi padre de que hiciera algo porque iban a fusilar a su padre esa noche, el nuevo jefe de los municipales le enseñó una lista de nombres, la de los que sí serían fusilados, y le dijo: ¿Ves el nombre de tu padre ahí? Pues vete tranquilo, entonces. Pero no vuelvas más ni digas a nadie que te he enseñado la lista”.

También recuerdo la historia de que, en otra ocasión, alguien le informó de que iban a trasladar a su padre del penal de El Puerto a Cádiz tal día, a tal hora, y que, si estaba entonces en la estación de tren, lo podría ver pasar. Allá fue mi padre y, efectivamente, cuando llegó el tren de El Puerto, lo vió bajar escoltado por dos guardias. Mi padre procuro pasar desapercibido hasta que lo tuvo cerca y, entonces, se dejó ver y lo llamó. Según mi padre contaba, mi abuelo, que iba desaliñado y parecía haber envejecido años, le miró como sin entender y, todavía con voz incrédula, le llamó por su nombre: “Paquito”. E inmediatamente después, ya con mucha más energía: “¿Y las niñas, cómo están?”, refiriéndose a sus hijas. Mi padre contaba que nunca se le había quebrado tanto la voz y nunca había hecho tanto esfuerzo para que no se le notara y que le respondió: “Bien, papá. Todos estamos bien”; que su padre hizo ademán de acercarse pero que los policías que le custodiaban lo agarraron por los brazos y se lo llevaron y que a él uno de ellos le dijo que se fuera inmediatamente de allí. Muchas de las andanzas de mi padre en esos días las hacía junto al hijo de un vecino de su misma edad cuyo padre también estaba detenido.

He sabido después que hubo un juicio, aunque nunca oí a mi padre hablar de él. El juez instructor, hoy lo sé, se llamaba Ángel Fernández Morejón, y ese nombre, aunque no en boca de mi padre sino de otros familiares, sí que lo he oído en mi casa.

Sí he sabido siempre que a mi abuelo lo mataron junto con Corripio, que era un concejal del ayuntamiento republicano. Yo he ido muchas veces con mi padre, de chica, al cementerio, adonde el iba con regularidad a visitar las tumbas de su madre y su padre y también, siempre, la de D. Manuel de la Pinta, el último alcalde republicano de Cádiz, también fusilado. Y en una de esas visitas, no sé cómo se pudo dar, mi padre vio una sala abierta del cementerio y me dijo: “Mira, en esa sala, en una camilla, pusieron a mi padre una vez muerto hasta que lo enterraron”. Es decir, nosotros somos uno de los casos en que siempre hemos sabido dónde estaba mi abuelo, aunque ha sido en estos tiempos cuando me he enterado que no figura como fallecido en el Registro Civil, con lo que, a efectos legales, es un “desaparecido”.

Mi abuelo era conocido en Cádiz y, según parece, no fueron pocos los que ayudaron a la familia una vez él fue fusilado. No sé quien incluso le puso una esquela en el Diario de Cádiz, con su cruz y sus bendiciones correspondientes (no creo que le hubiera gustado mucho a mi abuelo, pero supongo que la habría dado por buena si ayudaba a su familia a salir adelante). Entre la gente que les ayudó, mi padre siempre nombraba “a la de Ibisson”, dueña de una empresa de transportes, que le dió un trabajo de cobrador. Mis dos tías se colocaron de telefonistas en un hotel, creo que en el Atlántico. Mi bisabuela perdió la cabeza y se escapaba por las noches para buscar a su hijo. Al poco, llamaron a mi padre a filas, en el ejercito golpista, y, según él contaba, mis tías le decían que no “hiciera locuras” (pasarse al otro bando), porque ellas seguían allí, con su abuela y su tía. Y así transcurrieron las cosas. Mi padre hizo la guerra con los nacionales, aunque se mantuvo como soldado raso, a pesar de que le ofrecieron ascensos por ser bachiller. Y mis tías siguieron en Cádiz, manteniendo a la familia: la abuela y la tía, con sus trabajos de telefonistas. Les quitaron todo lo que tenían de valor, pero no la casa, porque estaba a nombre de mi bisabuela. Contaban que, en el requisamiento que hicieron en su casa, le pidieron a uno que se llevaba un marco de plata que les dejara la fotografía. También decían que no faltó gente en la calle que les gritara que eran hijas de un fusilado.

Al volver de la guerra, mi padre estuvo colocado en “Abastos”, según lo llamaba él. Pero en un determinado momento, ya con familia propia, lo echaron junto con otros, según he oído difusamente, porque había que colocar a inválidos de guerra. Como mi padre tenía el título de maestro, montó un colegio privado y así se ganó el resto de su vida, sabiendo por el cura del barrio, que se lo contaba, que, de vez en cuando, la policía pedía informes suyos.

Creo que yo siempre he tenido interiorizado que nosotros eramos de “los perdedores”, no sólo por lo que yo ya sabía de mi abuelo, sino por los comentarios que mi padre me hacía en ocasiones. Una vez, por ejemplo, en la plaza de abastos de Cádiz: “Mira, a ese le mataron a un hermano. Pero esto no se puede contar por ahí”. O cuando yo me fui a estudiar a Madrid, ya en los años 70, y me decía a veces: “Ten cuidado con lo que haces, que ya sabes que yo podría tener problemas con el colegio”. Pero, a la vez que digo esto, digo que me he criado en la idea de que nosotros podíamos ir con la cabeza más alta que nadie, porque mi abuelo había muerto por sus ideales y los “otros” eran unos dictadores fascistas.

Hará cosa de diez años, con motivo del cierre del cementerio de Cádiz, fuimos a sacar los restos de los nichos de nuestra familia y, una vez hecho, el sepulturero, con discreción nos dijo: “¿Hubo alguien aquí que muriera de muerte violenta?” Mi madre, que no es hija sino nuera de mi abuelo fusilado, pero a la que le duele y le indigna su muerte como si hubiera sido la de su propio padre, le contestó muy reivindicativamente que sí, que su suegro, al que habían fusilado en la guerra por ser republicano. El sepulturero, entonces, cogió un cráneo con un agujero en un lateral y nos dijo señalando el agujero: “Pues miren, éste es el tiro de gracia. Ya he visto muchos así y, aunque ustedes me hubieran dicho que no, sé lo que esto significa”.

Mi padre llegó a vivir bastantes años en democracia y tuvo la satisfacción de ver el fin de la dictadura y la llegada de un gobierno socialista. Pero en lo que se refería a su padre, él no vivió ningún cambio social, ningún tipo de reconocimiento ni dignificación ni de su padre como víctima de la dictadura, ni de él mismo, “víctima” también toda su vida de ser “hijo de rojo”, como se solía decir. Y llegó al final de sus días viviendo esa tragedia exactamente igual que la había vivido en el franquismo y que el propio franquismo le había impuesto: un drama suyo, personal, que le acompañaría siempre pero que, socialmente, “no existía” y era obligado olvidar.

A mi abuelo Manuel Baras Artés, por Rosa Baras Gómez . 25/04/2012                                 

miércoles, 25 de abril de 2012

LA TRAGEDIA DE UN HOMBRE SENCILLO


LA TRAGEDIA DE UN  HOMBRE SENCILLO
Alfonso Morón



Alfonso Morón de la Corte pudo haberse librado de la muerte, pero permaneció en Huelva para asegurarse la salvación de su hijo mayor, Alfonso Morón Bellerín.

La víspera del golpe militar, mi abuelo ya conocía de la sublevación que se preparaba y temía por mi padre. Estaba convencido de que él no se salvaría pero mi padre no había sido masón aunque los fascistas no iban a perdonarle su corta trayectoria intelectual y democrática, como así fue. Mi abuelo, tras dar instrucciones a mi padre para que huyera a Portugal, empezó a mover sus influencias para dejar garantizada la vida de su hijo y esto le hizo perder el barco en Ayamonte que lo hubiera salvado a él cambiando la muerte segura que le esperaba en Huelva por el exilio a México.

A pesar de todo, Alfonso Morón hijo cayó en manos de los sublevados, fue detenido en Zafra cuando se encaminaba a cruzar la frontera portuguesa. Ya en la cárcel, lo sacaron una mañana al paredón y cuando iban a disparar llegó un telegrama para que saliera de la fila, fruto de las gestiones de mi abuelo. Siguió encarcelado y un familiar que fue a visitarlo le comunicó en la cárcel que habían matado a su padre. Unos meses después le tocó por su quinta ir a la guerra de parte de los nacionales y lo enviaron al frente, aunque él siempre decía que no pegó ni un solo tiro. Estuvo todo el tiempo en la enfermería (esto lo contaba él así y mi madre lo corroboraba) y volvió a su casa a Huelva, finalmente, con una enfermedad neurológica que le duró toda su vida. Nunca supimos bien por qué ni cuál hubiera sido el diagnóstico. Yo siempre decía que la dignidad de mi padre murió en aquel paredón.

Alfonso Morón Bellerín no volvería a Huelva hasta poco antes de acabar la guerra. Su madre, mi abuela Rocío sobrevivió con sus otros cuatro hijos gracias a la ayuda de familiares. En 1940 plantó cara al Ayuntamiento de Huelva y solicitó la pensión de viudedad. Finalmente le conceden en un Pleno municipal la pensión de 2.062,50 pesetas anuales, equivalentes al 25% de lo que cobraba mi abuelo cuando estaba en activo. Con eso y con las clases particulares que daba mi padre, pudieron sobrevivir.

Las represalias por hijo de republicano y masón, y por haber sido él mismo preso en cárcel franquista se materializaron para mi padre  en forma de inhabilitación profesional. Después de la guerra conoció a mi madre, Ana Hernández Marín, a quien los fascistas le habían fusilado a un hermano en Sevilla por planear el intento de detención de Queipo e invertir el curso de la guerra. Compartían un drama común. Se enamoraron enlutados hasta las cejas y fueron cómplices clandestinos contra Franco toda su vida. Mi madre consiguió un trabajo en Sevilla, adonde nos trasladamos a casa de una hermana de mi madre mientras mi padre permaneció en Huelva liquidando las deudas. Finalmente, vivimos todos exiliados en Sevilla.

Su voluntad de ser libre e instruido a pesar de los horrores que había vivido y cuyo símbolo era un temblor invalidante en la mano derecha le obligó, entre otras cosas, a aprender a escribir con la mano izquierda. Autodidacta y poeta clandestino, mi padre era conocido en el barrio de La Candelaria donde vivíamos durante mis primeros años de vida como “el maestro”. 

Siguió sin poder trabajar y formándose en casa hasta el año 1965 (yo tenía 13 años). Entonces pudo examinarse en la Escuela Central de Idiomas y obtener el título de francés. A partir de ahí dio clases a los alumnos de bachillerato en Los Salesianos de Triana y en el colegio Santo Tomás de Aquino, hasta su jubilación. Después de su muerte a los 70 años a consecuencia de una trombosis, he conocido a muchos alumnos suyos que lo recordaban con afecto y me contaban cómo el primer día de clases mi padre les enseñaba La Marsellesa.

En medio de los recuerdos de mi infancia, del miedo y las estrecheces consecuencias del estigma político por el pasado republicano en los años oscuros de la dictadura franquista, la imagen de mi padre va cambiando dentro de mí, desde su enorme tristeza escondida tras unas gafas oscuras que llevaba siempre        y su carácter huraño cuando yo era pequeña, hasta transformarse  en el hombre admirable y tierno, bondadoso y alegre que terminó siendo al suavizarse sus heridas. Cuando, en mi adolescencia, conocí toda su historia y la de mi abuelo, aprendí a quererlo y admirarlo de verdad, en toda su dimensión. Y hoy su recuerdo me llena de ternura y conecta con mi ser más profundo. También me dejó sus poemas, sus sonetos que llevo grabados en mi alma.

23 de abril de 2012.

A MI PADRE, ALFONSO MORÓN BELLERÍN.

Concha Morón Hernández









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